viernes, 24 de agosto de 2012

La vieja ciudad de El Cairo

Por José Andrés Rojo 


José María Eça de Queirós tenía 23 años cuando llegó en 1869 a Egipto para asistir a los festejos de inauguración del canal de Suez. Su primera parada fue en Alejandría, y fue decepcionante. Esperaba que allí se conservaran aún vivos los ecos de una ciudad que tuvo una importancia capital en el mundo griego y en el bizantino, y lo que encontró fue "¡…un lugar enfangado e inmundo, lleno de escombros, una acumulación de edificaciones miserables e inexpresivas!". Había llegado, sin embargo, a Oriente, un mundo radicalmente diferente: el sol pesado y tibio, las filas de camellos, los vendedores de flores y esas muchachas  con actitud altiva que pasan "envueltas en túnicas partas que les moldean el cuerpo". Al escritor portugués no le gustó Alejandría, y se alegró cuando tuvo que abandonarla para seguir su viaje por el delta del Nilo. 

Iba en tren: observa a mujeres que parten el pan sentadas en grupos, a campesinos trabajando, a marineros en los veleros y la piel brillante de los negros que realizan las labores más duras. Es como si entrara en "un mundo antiguo, histórico", escribe, "un mundo que se ha desprendido de las contradicciones de la vida y ha entrado, para quedarse, en la inmortalidad". Luego llega a El Cairo. "Todas las razas, todas las vestimentas, todas las costumbres, todos los idiomas, todas las religiones, todas las creencias, todas las supersticiones se encuentran allí, en sus calles estrechas", anota. Pasea por el barrio copto y por el barrio musulmán, fascinado por el orden caótico de sus casas. Comenta que "todo tiene un aspecto ruinoso, pardo, desmoronado, viejo" y no tarda en tratar de describir la extrema variedad de las gentes de esa "multitud espesa". Encuentra a un encantador de serpientes, a un aguador bereber, a un derviche, se fija en el siervo que va por delante del carruaje de un noble y en un grupo de viejos turcos, apunta que hay coptos, nubios, sudaneses, magrebíes, griegos, abadíes, judíos, "dos damas levantinas", "una mujer de Said"... Eça de Queirós es muy preciso en sus descripciones y esa obsesión por dar con las palabras exactas y trasladar fielmente lo que ve se corresponde con un mundo que nada tiene que ver con el que habitamos hoy.

Resulta por eso sorprendente que sus escritos sobre Egipto permanezcan tan vivos y puedan, incluso, aportar ahora una mirada profundamente comprensiva a propósito de un país que, con la primavera árabe, está viviendo drásticos cambios. Estampas egipcias  (Impedimenta, traducción de Martín López-Vega) reúne tres grupos de textos de Eça de Queirós: sus notas sobre su viaje de 1869, sus crónicas de la inauguración del Canal de Suez, que publicó en un diario portugués, y los artículos sobre la destrucción de Alejandría que envió desde Bristol a un periódico brasileño y que se publicaron en 1882.



Las lecciones sobre periodismo nunca están de más, ni siquiera las del viejo periodismo, dicen que condenado a desaparecer. ¿Para qué tanto detalle, podría pensarse, si cuanto recogen los textos del portugués lo vemos hoy directamente en televisión? Resulta revelador, sin embargo, que El Cairo que pintó Eça de Queirós hacia 1870 recoja con mucha mayor finura, y con infinitos más detalles, la extrema variedad de las gentes de esa ciudad, esas que hace unos meses llenaron la plaza de Tahrir para derrocar a Mubarak y terminar con su régimen autoritario. No son los mismos, claro. Los de hoy son los remotos descendientes de aquéllos, pero por lo que se ha visto después son tan diferentes unos de otros entonces como ahora. "Todas las religiones, todas las creencias, todas las supersticiones…", señalaba el portugués hace más de siglo y medio, pero cuando se desencadenó la revuelta en Egipto lo que sobre todo se subrayó en los medios actuales, con razón, fue que esa "multitud espesa" reclamaba democracia.  


Sus reglas de juego y también, para algunos, lo que algunas democracias occidentales representan: prosperidad, oportunidades, modernidad. El tiempo ha ido mostrando cuán difícil resulta saber lo que entienden las distintas gentes que se manifestaron en la plaza de Tahrir tras su grito a favor de la democracia. Y, seguramente, eso se comprende muy bien cuando se recorre El Cairo de la mano de Eça de Queirós. Ni se llegó a tener en cuenta, sin embargo, cuando llegaban las crónicas entusiastas con lo que sucedía al principio en la plaza de Tahrir. Si Eça de Queirós (en la foto) se afanaba por ser, sobre todo, riguroso en describir lo que veía para entender ese mundo tan diferente, lo que ocurre con frecuencia en el periodismo actual es que maneja otras pautas. Más que describir para entender, constata, confirma y califica. Constata que hay una revuelta, confirma que en ella se reclama democracia y califica que va en el buen camino porque se revuelve contra una tiranía.

Y todo suele ser mucho más complejo. En las crónicas que Eça de Queirós escribió sobre el bombardeo de Inglaterra a Alejandría despliega diferentes estrategias para contar cuán ignominiosas fueron las ambiciones coloniales del imperio británico, pero también para mostrar la fragilidad del proyecto político de Arabí Pachá, sin una idea de Egipto que fuera más allá de sus ambiciones como coronel y de sus buenos deseos como hijo de campesinos, o para constatar la total falta de consistencia de la Europa de entonces y, bueno, para narrar la chapucería de las propias acciones bélicas y el terrible furor del populacho. Una escritura excelente, un puñado de lecciones.


Tomado de El País de España - 22 de agosto de 2012


Publicación  N° 16

No hay comentarios:

Publicar un comentario