Por José Andrés Rojo
José María Eça de Queirós tenía 23 años cuando llegó en 1869 a Egipto
para asistir a los festejos de inauguración del canal de Suez. Su primera
parada fue en Alejandría, y fue decepcionante. Esperaba que allí se conservaran
aún vivos los ecos de una ciudad que tuvo una importancia capital en el mundo
griego y en el bizantino, y lo que encontró fue "¡…un lugar enfangado e
inmundo, lleno de escombros, una acumulación de edificaciones miserables e
inexpresivas!". Había llegado, sin embargo, a Oriente, un mundo
radicalmente diferente: el sol pesado y tibio, las filas de camellos, los
vendedores de flores y esas muchachas con actitud altiva que pasan
"envueltas en túnicas partas que les moldean el cuerpo". Al escritor
portugués no le gustó Alejandría, y se alegró cuando tuvo que abandonarla para
seguir su viaje por el delta del Nilo.