jueves, 22 de noviembre de 2012

Philip Roth: “Releí casi todos mis libros y supe que ya no iba a volver a tener una buena idea”


Por Charles McGrath



En la computadora del departamento de Philip Roth en el Upper West Side hay en este momento una nota adhesiva que dice “Se acabó la lucha con la escritura”. De esa manera Roth, que cumplirá 80 años en marzo y que ha gozado de una de las carreras más largas y celebradas de las letras estadounidenses, se recuerda a sí mismo que dejó de escribir ficción: 31 libros desde que comenzó, en 1959. 


“¡Cada mañana miro esa nota y me da tanta fuerza!”, dijo el otro día. Para sus amigos, la idea de que Roth no escriba es como que Roth no respire. A veces daba la sensación de que lo único que hacía era escribir. Trabajaba solo durante semanas seguidas en su casa de Connecticut, regresando cada mañana a un estudio cercano donde escribía parado y al que solía volver a la noche. A una edad en la cual la mayoría de los novelistas bajan el ritmo, él recobró sus fuerzas y escribió algunos de sus mejores libros: El teatro de Sabbath , Pastoral Americana , La mancha humana y La conjura contra América . Ya tenía 70 años largos y los libros, aunque se volvieron más cortos, se sucedían sin interrupción, a razón de prácticamente uno por año. 

Sin embargo, en el transcurso de esta entrevista –que duró tres horas y es la última, según dijo– Roth se mostró animado, relajado y en paz consigo mismo y con su decisión, que fue anunciada el mes pasado en la revista francesa Les InRocks. Bromeó y recordó, habló de otros escritores y de la escritura y analizó su carrera con aparente satisfacción y pocos arrepentimientos. La primavera pasada designó a Blake Bailey como biógrafo y desde entonces trabaja con él. En realidad, tomó la decisión de dejar de escribir en 2010, dijo Roth, pocos meses después de terminar su novela Némesis , sobre una epidemia de polio en su ciudad natal, Newark, en 1944.
                                                                                                
No dije nada porque quería estar seguro de que era cierto. Pensaba “Bueno, cuidado, no se anuncia el retiro para después volver”. No soy Frank Sinatra. Por eso no se lo dije nada a nadie hasta saber que era un hecho.

En la mesa de su living hay una pila de fotos que acaba de mandarle un primo: en una está su madre, al pie de una escalera en traje de novia, con el velo cayendo sobre una escalinata; en otra, un Roth muy jovencito con sus padres y su hermano mayor, Sandy, frente a su casa de Newark; otra: Roth, un adolescente apuesto, sentado en un sofá con su primera novia en serio; el soldado P. Roth vestido de uniforme y con casco. A su lado hay un I-Phone, que se acaba de comprar.

–¿Por qué lo compré?. Porque soy libre. Cada mañana estudio un capítulo de I-Phone for Dummies (I-Phone para tontos) y ahora ya sé manejarlo. Hace dos meses que no leo una sola palabra. Saco esa cosa y me pongo a jugar. Enseguida se corrige: –No leo nada durante el día. De noche leo. Acabo de terminar un libro de Louise Erdrich, The Round House (La casa redonda). Pero lo que más leo es Historia y biografías del Siglo XX. Yo viví esa época. O era un niño o estaba en la escuela o en el trabajo. Es hora de ponerme al día.

Hasta donde sabe, dice Roth, el único escritor que se retiró cuando todavía tenía alguna posibilidad, por así decirlo, fue E.M. Forster (1878-1970), que dejó de escribir a los 40 años. Son experiencias distintas. Forster dejó de escribir, en gran medida, porque pensó que no podía publicar libros sobre el tema que más le interesaba: el amor homosexual. Roth dejó porque siente que ya dijo lo que tenía para decir.

–Estuve sentado uno o dos meses tratando de pensar en otra cosa y me dije: “Tal vez se acabó, tal vez se acabó”. Me tomé una buena dosis de jugo de ficción releyendo a autores que no había leído en 50 años y que habían significado mucho para mí en su momento. Leí a Dostoievsky, leí a Joseph Conrad –dos o tres libros de cada uno–, leí a Ivan Turgueniev, que es el autor de dos de los mejores cuentos que se han escrito, Primer amor y Aguas de primavera .

También releyó a Faulkner y a Hemingway.

–Y después decidí releer mis propios libros, y empecé de atrás para adelante, analizándolos fríamente. Y pensé: ‘Hiciste las cosas bien’. Pero cuando llegué a Portnoy – El lamento de Portnoy , publicado en 1969– había perdido el interés, y no leí los primeros cuatro libros. De modo que había leído todo ese material excelente y después había leído el mío y supe que no tendría otra buena idea, o que si la tenía, iba a tener que trabajar como un burro.

Roth goza de excelente salud ahora, tras una operación de espalda en abril, y hace ejercicio regularmente. Pero dice: –Sé que no voy a escribir tan bien como antes. Ya no tengo energía suficiente para soportar la frustración. La escritura es frustración, es una frustración cotidiana, ni hablar de humillación. Es como el béisbol: se falla un 75% de las veces. Ya no puedo afrontar más esos días en que escribo cinco páginas y las tiro. Es algo que ya no puedo hacer.

Cuando el sol comienza a ponerse, con su intenso resplandor otoñal, el escritor Philip Roth abre la cortina de uno de los ventanales del living. Si bien esta casa es su base en Nueva York, sigue pasando mucho tiempo en Connecticut, donde escribir menos le ha permitido recibir más gente.

“Este verano, mi casa estuvo llena de gente”, dice. “Tuve invitados prácticamente todos los fines de semana y a veces algunos que se quedaron la semana entera. Ahora tengo alguien que me cocina. Antes, no podía tener gente en la casa todo el tiempo. Cuando venían el fin de semana, yo no podía irme a escribir”.

Sin embargo, hay que decir que Roth no ha dejado de escribir del todo. Está colaborando en una novela breve, por correo electrónico, con la hija de una ex novia, que tiene ocho años. Y ha estado escribiendo largas notas y memos para su biógrafo. “Ahora trabajo para Blake Bailey, pero no es un trabajo bien pago. Y desliza que nunca antes le había sido tan fiel a nadie. Tiene sus motivos.

–Blake me sacó un peso de encima. No soy responsable de mi vida ni de analizarla. Antes necesitaba mi vida como trampolín para mi ficción. Necesito tener algo sólido bajo los pies cuando escribo. No soy fantasioso. Subo y bajo en el trampolín y salto al agua de la ficción. Pero tengo que partir de la vida para poder inyectarle vida.

Las notas que Roth viene preparando llenan cajones, dijo Bailey. “Son elocuentes y completas”, agregó “pero son tantas que no llegaré a leerlas en años”. Hay una cosa que Roth quería poner en claro: siempre se le atribuyó erróneamente haber dicho que la novela está muriendo.

–No creo que la novela esté muriendo. Dije que el público lector está muriendo. Eso es un hecho, y hace 15 años que vengo diciéndolo. Dije que la pantalla mataría al lector, y ya lo hizo. La pantalla de cine es el comienzo, la pantalla de TV y ahora el tiro de gracia, la pantalla de la computadora.

Pero cree que aunque el público lector disminuya, seguirán escribiéndose grandes novelas. Y da ejemplos. “Ed Doctorow”, dice, empezando a enumerar a algunos escritores que admira. “Don DeLillo. Y ahora ese tipo Denis Johnson, que es dinamita. O Jonathan Franzen, que es dinamita. Y Erdrich, una voz poderosa. Y hay otros 20 escritores jóvenes que son muy, muy buenos. Es importante lo que pasa”. Entonces, se formula otra pregunta: –¿Para qué necesitamos más lectores? Las cifras no significan nada. Los libros significan algo.

A la hora de decir esto ya estaba oscureciendo. Philip Roth, se levanta, cruza la habitación descalzo, sólo con medias y enciende algunas luces.
Artículo original del New York Times
Traducción de Cristina Sardoy



Tomado de la revista Cultura Ñ – 20 de noviembre de 2012



Publicación N° 41

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