Las civilizaciones tienen que relacionarse, hay que
restablecer un equilibrio entre las culturas donde la violencia, que toca a
todos, y que está ligada a la injusticia pueda ser curada con lazos entre los
pueblos.
El francés, antes de presentarse en el teatro, se encontró
con dos indígenas Emberá en el camerino, y se enteró de cómo ha cambiado la
situación, supo del sufrimiento de ese pueblo que le proporcionó el “modo
absoluto de vivir”. “Es terrible, no hay nada más triste que ser inmigrante en
tu propio país”. La conversación que sostuvo ayer el escritor francés con el
periodista de El Espectador Nelson Fredy Padilla, dio cuenta de que el nobel
nunca deja de reflexionar sobre la vida, sobre lo que cambió la suya, sobre lo
que es salir y entrar no solo de distintos países sino que haya costumbres y
culturas que aleccionan a diario desde el peso y el discernimiento de antiguos
orígenes. Todo el pasado deja cicatrices y él piensa lo mismo de la violencia,
recordando setenta años después el grito que profirió cuando estalló una bomba
en su Niza natal.