Las civilizaciones tienen que relacionarse, hay que
restablecer un equilibrio entre las culturas donde la violencia, que toca a
todos, y que está ligada a la injusticia pueda ser curada con lazos entre los
pueblos.
El francés, antes de presentarse en el teatro, se encontró
con dos indígenas Emberá en el camerino, y se enteró de cómo ha cambiado la
situación, supo del sufrimiento de ese pueblo que le proporcionó el “modo
absoluto de vivir”. “Es terrible, no hay nada más triste que ser inmigrante en
tu propio país”. La conversación que sostuvo ayer el escritor francés con el
periodista de El Espectador Nelson Fredy Padilla, dio cuenta de que el nobel
nunca deja de reflexionar sobre la vida, sobre lo que cambió la suya, sobre lo
que es salir y entrar no solo de distintos países sino que haya costumbres y
culturas que aleccionan a diario desde el peso y el discernimiento de antiguos
orígenes. Todo el pasado deja cicatrices y él piensa lo mismo de la violencia,
recordando setenta años después el grito que profirió cuando estalló una bomba
en su Niza natal.
“Conozco el mal, lo he visto en todos los sitios y en cada
civilización está, también en los Emberá pero ellos tienen una elegancia en su
forma de vivir, tienen compasión y simpatía. Cambié con ellos y me hice mejor
persona”.
“Los mitos usan las palabras igual que los novelistas y por
eso me interesan”.
Entre África y Francia fue alumno, en África cambió la
actitud y aprendió a respetar todo, fue buen alumno. Adaptarse a Francia fue
más duro: el estricto Liceo, cambiar de ropa durante el año, usar zapatos. Dejó
de sentir la que dice es la mejor sensación del mundo: pisar el lodo y que se
meta entre los dedos. Dejó de sentir los olores, de guiarse por el olfato.
Del pesimismo al positivismo: la precoz escritura del joven
francés era contraria a la que desarrollo después de haber conocido América
Latina y África. No cree que haya separaciones entre los mundos. En la ciudad
se tienen unas preocupaciones y en la naturaleza otras. Y a él le favorecieron
en el oficio de escribir, los que son más perceptivos y entusiastas, los que no
viven en las ciudades. Para Jean-Marie la maldición de esta época es que haya
países que se creen más que otros. ¿Y si Europa no hubiera llegado a América?
¿Cómo sería ese mundo hoy? El nobel tiene claro que no sería muy distinto, que
habría violencia, pero piensa que sería mejor porque existiría más
entendimiento y relaciones entre indígenas. A pesar de todo le parece un mundo
mágico porque existen algunas cosas que así lo demuestran.
Dice no poder estar en un escritorio escribiendo, necesita
moverse para escribir, de ese modo sale lo mejor de su escritura. Y es para él
la literatura algo mágico que está muy cerca de los grandes sueños, donde se
supera el mal, las tristezas o el dolor.
Después de haber estado varios días en Bogotá, siente
nostalgia por la libertad que ya no existe: él viajó con absoluta soltura por
Colombia y ahora por culpa de la violencia no se puede. Pero siente entusiasmo
también al ver un país que crece tan rápidamente y donde la juventud está
haciendo las cosas muy bien.
La búsqueda real de Le Clézio es la justicia y la paz y son
las relaciones, la cultura, el arte, la filosofía, la literatura las únicas
armas para ese objeto.
Tomado de Filblog 26 de abril de 2013
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