Una
nueva generación, "tan moderna como no occidental", ha creado la
forma de contar historias
Por Orhan Pamuk
En su
juventud el Nobel Orhan Pamuk sacaba fotos de Estambul,
sede de su Museo de la
Inocencia, abierto hace medio año. / Richard Kalvar (Magnum)
Los
museos que visité en mi infancia, no solo en Estambul, sino incluso en París,
adonde fui por primera vez en 1959, eran lugares desprovistos de alegría,
insuflados de la atmósfera de una oficina gubernamental. En consonancia con esa
misión sancionada por el Estado, y compartida por la escuela, de contarnos la
"historia nacional” en la que se supone que debemos creer, estos grandes
museos contenían exposiciones autoritarias de objetos diversos cuyo propósito
no terminábamos de comprender, y que pertenecían a reyes, sultanes, generales y
líderes religiosos cuyas vidas e historias estaban muy alejadas de las
nuestras. Era imposible establecer una conexión personal con ninguno de los
objetos expuestos en estas instituciones monumentales. Aun y con todo, sabíamos
perfectamente lo que se suponía que debíamos sentir: respeto por lo que se
conoce como “historia nacional”; miedo del poder del Estado, y una humildad que
ensombrecía nuestra propia individualidad.