En el año de su
centenario, acaba de publicarse una antología exhaustiva de poemas y canciones
del artista brasileño, uno de Los grandes revolucionarios de la música popular
del siglo XX.
Por: Marcos Mayer
En su autobiografía, Verdad tropical , Caetano Veloso
sostiene: “En esa época, probablemente Brasil haya creado las canciones de
protesta más elegantes del mundo”. Allí, en ese momento, el del surgimiento y
éxito de la bossa nova , el letrista era Vinicius, transformado en uno de los
principales emblemas de su país en la construcción de una cultura donde la
modernidad no implicara la exclusión de lo tradicional. A él se deben más de un
clásico de la bossa nova , más allá del ya tan fatigado “Garota de Ipanema”, “A
felicidade”, “Si todas fossem iguais a você”, “Eu sei que vou te amar”, entre
tantas otras composiciones. Caetano también señala en su libro un dato que no
es menor, Vinicius no llegaba desde la música, era “un poeta de verdad”.
En efecto, al momento de asociarse al panorama musical
brasileño, este diplomático frustrado o mejor dicho desganado (“lo que me llevó
a abandonarla fueron todos los prejuicios sociales que rodean a la diplomacia,
sobre todo la corbata, que me produce espanto”), nacido en Río de Janeiro en
1913, había publicado a los 19 años su primer libro de poemas, El camino para
la distancia . Allí estaban presentes con sus influencias los grandes nombres
de la poesía francesa: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. Según lo que
cuenta Vinicius a Enrique Raab durante una entrevista aparecida en el diario La
Opinión : “La francofilia brasileña fue un poco artificial”, en ese primer texto
puede leerse una profecía fracasada que inicia su poema “Vejez”: “Llegará el
día en que seré un viejo experimentado/que mira las cosas a través de una
filosofía sensata”.
Todo el resto de su vida sería una desmentida a esos versos,
desmentida que se resume en el ícono en que se fue transformando a lo largo de
su carrera: un hombre dispuesto a disfrutar siempre de la vida, gran admirador
de la belleza femenina, con la permanente compañía de un vaso de whisky (que al
final de su vida iría rebajando cada vez con más agua) y de un cigarrillo.
Generalmente vestido de negro, cantaba y hablaba en un escenario convertido por
él en un espacio de una ceremonia que no evitaba, más bien promovía, la
autocelebración. Al punto que Les Luthiers le dedicaron “La bossa nostra”, una
parodia de aquellos recitales en los que se hablaba más de lo que se cantaba y
aparecía ese Saravá (una expresión de buenos deseos usual en Brasil) que
Vinicius repetía como un mantra a modo de brindis alzando su vaso de whisky. El
tema le causó mucha gracia.