Martha Nussbaum, filósofa estadounidense que
recibió el Premio Príncipe de Asturias 2012 de Ciencias Sociales, anticipa en
este diálogo por qué su nuevo ensayo aborda y desmenuza la incoherencia y los
dobles discursos que se aplican a las posiciones religiosas de las minorías.
Por Giles
Fraser
Entre los
estudiantes circula una historia referida a una charla que dio Martha Nussbaum
en un pequeño living del centro de la capellanía de la Iglesia Episcopal en un
campus frondoso de la Universidad de Chicago. Mientras hablaba largo y tendido,
un pájaro entró por la chimenea y empezó a revolotear por la habitación, a
chocar contra las paredes y dar muestras de pánico, como hacen los pájaros
atrapados.
Los estudiantes se afanaron enseguida por abrir las ventanas y tratar de ahuyentar a la pobre criatura para dejarla en libertad. Toda su atención fue absorbida por el pájaro. En medio de toda esa excitación, Nussbaum, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, no interrumpió su ritmo intelectual. Simplemente continuó dando su charla como si no pasara absolutamente nada. Emana de ella una serenidad académica distante –con un dominio total de sí misma y de su material. Viniendo de alguien que ha invertido una carrera académica distinguida en enfatizar el carácter riesgoso y la vulnerabilidad de la condición humana, todo este control levemente glacial resulta sorprendente.
Los estudiantes se afanaron enseguida por abrir las ventanas y tratar de ahuyentar a la pobre criatura para dejarla en libertad. Toda su atención fue absorbida por el pájaro. En medio de toda esa excitación, Nussbaum, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, no interrumpió su ritmo intelectual. Simplemente continuó dando su charla como si no pasara absolutamente nada. Emana de ella una serenidad académica distante –con un dominio total de sí misma y de su material. Viniendo de alguien que ha invertido una carrera académica distinguida en enfatizar el carácter riesgoso y la vulnerabilidad de la condición humana, todo este control levemente glacial resulta sorprendente.
¿Por qué
–inquirió en un ensayo brillante titulado El conocimiento del amor (Tusquets)–
los dioses del mundo antiguo suelen enamorarse de seres humanos? ¿Por qué
habrían de preferir a mortales antes que inmortales? Los seres humanos pueden
manifestar tantas cualidades atractivas precisamente porque pueden fracasar
–sostiene. Pensemos en el coraje. ¿Qué lugar puede tener el coraje en el mundo
de los dioses inmortales? ¿Cómo podría un dios inmortal arriesgar todo por otro
si su propio bienestar ya está siempre garantizado de antemano? ¿Y qué clase de
padre sería un padre inmortal de un niño inmortal? Ciertamente, no uno que se
mantiene despierto toda la noche preocupado. El riesgo y la vulnerabilidad son
inherentes al ser humano. Y eso es lo que nos vuelve atractivos, heroicos a
veces.
No
obstante, en su despacho del quinto piso de un edificio de estudios jurídicos,
bellamente diseñado por el arquitecto finlandés Eero Saarinen dentro del estilo
racional del alto modernismo, la distinguida profesora en actividad de la
cátedra Ernst Freund de derecho y ética en la Universidad de Chicago no parece
una persona que corre riesgos. No será abogada, pero elige sus palabras y sus
temas con un cuidado de abogado.
Decido
interrogarla primero acerca del riesgo y los mercados financieros. Parece una
pregunta bastante lógica, teniendo en cuenta su interés por el riesgo y la
actualidad de la cuestión –y es sabido que ella trabajó con economistas como
Amartya Sen y otros. Pero no quiere hablar del tema. “No quiero hablar sobre la
regulación de los mercados financieros porque no pertenece a mi esfera de
conocimiento. Es un tema muy complicado y he escrito una serie de libros y
siempre son sobre temas acerca de los cuales creo saber algo”.
Su último
libro, The New Religious Intolerance: Overcoming the Politics of Fear
in an Anxious Age (Harvard University Press, 2012), es una vigorosa
defensa de la libertad religiosa de las minorías frente a la islamofobia que
siguió al 11/9. Y por minorías ella entiende principalmente a los musulmanes.
“Vemos un miedo irracional impulsando una parte considerable de la política
pública, quizá más en Europa que en los Estados Unidos”, explica. Y Europa
tiene antecedentes históricos en todo esto. “Las leyes por las cuales era
ilegal hablar latín en una iglesia pero legal hablar latín en las universidades
fueron formas encubiertas de persecución –y no demasiado encubiertas en
realidad. Y eso se da en toda Europa. Eso se da en el caso de los minaretes en
Suiza, donde un edificio que expresa el deseo de una minoría religiosa de
pronto es ilegal; se da en Alemania en los casos en que las monjas pueden
enseñar con hábito pero una profesora no puede usar pañuelo”.
La razón
por la que Estados Unidos está en mejores condiciones que Europa de manejar su
tendencia hacia la intolerancia religiosa es que “Estados Unidos siempre se
pensó a sí mismo unido en torno de principios políticos y no en torno de la
cultura, mientras que los países de Europa tienen una concepción mucho más
tradicional de la nacionalidad que está conectada al romanticismo, que piensa
la religión y la cultura como ingredientes de la nacionalidad”.
Hay,
sugiere en el libro, tres principios básicos a los cuales es necesario
atenerse: igual respeto por la conciencia, la importancia de la vigilancia
autocrítica, y la importancia de una imaginación comprensiva. El primero,
entendido de manera contundente en la constitución estadounidense, santifica la
protección legal de las opiniones que difieren de las correspondientes a la
mayoría establecida. El Estado está obligado a adoptar una posición de
neutralidad con respecto a cuestiones de conciencia individual. Todos los seres
humanos deben gozar de igual dignidad –una dignidad que se extiende a las
formas en que los individuos llegan a entender el fin último de la vida. La
conciencia y la dignidad humana están inextricablemente unidas.
El rol de
la filosofía práctica, según la entiende Nussbaum, es aplicar estos principios
básicos y, por ende, eliminar la incoherencia que es un indicador
característico del prejuicio oculto. La ciudad de Hialeah, en Florida, pudo
sancionar perfectamente una ley que declara ilegal matar a un animal en “un
ritual o ceremonia público o privado que no sea para el fin primario del
consumo alimentario” fundándose ostensiblemente en que era cruel para los
animales. Pero la Corte Suprema invalidó dicha ley en 1993, afirmando que el
mismo tipo de matanza, a menudo peor, se permite al utilizar los animales para
alimento. Esta crueldad con los animales no podía ser el verdadero motivo de la
ley; fue, por el contrario, cuidadosamente redactada para que el blanco fueran
las prácticas religiosas, algo respecto de lo cual el Estado está obligado a
ser neutral.
Nussbaum
adopta el mismo tipo de estrategia con respecto a la burka. Quienes asocian la
burka a la violencia contra las mujeres en general son incoherentes, por
ejemplo, cuando no quieren también prohibir el alcohol, que está fuertemente
asociado a la violencia contra las mujeres. Aun durante la prohibición, señala,
se permitía el alcohol para fines religiosos, como en la eucaristía. Muchos
sostienen que la burka es algo impuesto a las mujeres y que el tema tiene que
ver con la elección. Ciertamente, si hay coerción física o amenaza, la ley debe
intervenir. ¿Pero qué pasa con las formas no físicas de presión cultural o de
la comunidad? Sí, dice Nussbaum –como obligar a un hijo a tocar el piano o
vestirse prolijo o estudiar contabilidad. La estrategia del libro apunta a
revelar las incoherencias y los dobles discursos que aplicamos a las posiciones
religiosas de las minorías y a partir de allí bregar por una escucha más comprensiva
de aquellos cuyas cosmovisiones no compartimos.
Su
motivación personal para escribir el libro aparece indirectamente en el
prefacio, donde describe su conversión al judaísmo en 1969, luego de su
casamiento con Alan Nussbaum, y su batmit-zvah en 2008 en la
congregación KAM Isaiah Israel, en un suburbio acomodado de Chicago en Hyde
Park, justo a la vuelta de la esquina de las grandes mansiones de Barack Obama
y Louis Farrakhan. El padre de Nussbaum se negó a asistir a la boda. Era,
admite sin ambages, un racista protestante sureño, que no podía soportar que
ella se casara con un judío. Y lo que constituye el núcleo emocional de su
argumento es su experiencia del antisemitismo.
“Uso el
ejemplo del antisemitismo porque creo que es útil para analizar un ejemplo
histórico con cierta objetividad, y todos podemos reconocer que se cometieron
errores. Y podemos ver que el trato a los judíos fue inspirado por una suerte
de miedo inventado –por eso mi ejemplo son los Protocolos de los sabios de
Sión– y tiene muchos ingredientes en común con el miedo actual a los
musulmanes. Lo que es similar es la exigencia de una suerte de asimilación que
se extiende a la vestimenta y a las formas de vida como condición para una
igualdad cívica plena”.
Habiendo
crecido en una familia blanca protestante anglosajona –lo que se denomina
Wasp”– “conocí bien el antisemitismo desde adentro”. Su padre, que era de
Georgia, “era un racista sureño y éstas eran actitudes arraigadas muy
profundamente. No era capaz de comer con un afroamericano –esa idea de
limitación física, de contaminación estaba difundida en todo el sur”.
Cuanto más
habla, más empiezo a pensar que gran parte de su trabajo es una pulseada con la
religión cristiana de su padre –ni hablar del nerviosismo del cristianismo con
el cuerpo en general y la sexualidad en particular. Una religión más de este
mundo terrenal como el judaísmo se adapta perfectamente a una filósofa que
adquirió renombre con La fragilidad del bien (Antonio Machado) defendiendo la
ética práctica de Aristóteles por encima del supernaturalismo metafísico de
Platón. Allí, sostenía que Platón, al localizar la fuente última de valor fuera
del ámbito humano, se alejaba del riesgo inherente al hecho de ser humano
buscando algún ancla extra-humana para la permanencia de la buena vida.
Es una
negación de la fragilidad intrínseca del bien, una negación del riesgo. Está de
acuerdo con esa evaluación. Su problema con el cristianismo está justamente en
que “pone los problemas de justicia en otro mundo”. Ultimamente, no obstante,
ha llegado a una evaluación más positiva. No tiene más que elogios para la
Iglesia Episcopal, para el obispo gay Gene Robinson y su ex obispo presidente
Frank Griswold, a quien conoció en la adolescencia en Bryn Mawr, Pensilvania.
“Nuestra Iglesia Episcopal ha avanzado mucho como una fuerza para el progreso
social”. De todos modos, fue trabajando con los pobres en India donde llegó a
ver que la enseñanza cristiana según la cual todos estamos hechos a imagen y
semejanza de Dios puede convertirse en una poderosa fuerza política para el
bien.
Le
menciono una enigmática nota al pie en El conocimiento del amor en
la cual se pregunta si el cristianismo tiene razón; que describir a un Dios que
es perfecto también es describir a un Dios que está sujeto al riesgo y la
mortalidad. ¿Acaso la encarnación no es la expresión suprema de que Dios
necesita ser mortal para manifestar una gama más plena de virtudes? “Siempre me
ha resultado enigmático por qué la mortalidad es digna de amor”, admite. “Acabo
de ver el Anillo del nibelungo de Richard Wagner en la Opera
del Metropolitan en Nueva York, y allí también es un gran tema. Brunilda es
divertida y poderosa, pero no se vuelve digna de amor en un sentido profundo
hasta que no se hace humana y asume esa vulnerabilidad”.
Tomado de
Revista Ñ - 20-08-2012
The
Guardian, 2012 - Traduccion de Cristina
Sardoy.
Publicación
N°12
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