miércoles, 19 de septiembre de 2012

El dilema del escritor: ¿crear o informar?


Cincuenta escritores de diferentes países se reunieron hace poco en el Congreso Mundial de Escritores de Edimburgo y trataron de definir su papel a la luz de los acontecimientos políticos y sociales.

Por Elif Shafak

El mundo es un lugar volátil en estos tiempos, tanto en Oriente como en Occidente. Muchos europeos han perdido la fe en la Unión Europea y hablan de abandonar todo el experimento, los gobernantes del mundo siguen divididos respecto de cómo abordar el derramamiento de sangre en Siria, mientras que en un segundo plano acecha la posibilidad de una confrontación con Irán.

En momentos de drástica transformación y persistente ambigüedad, ¿qué pasa con los relatos que creamos? Cuando muere gente en las calles, se desintegran regímenes o la posibilidad de un derrumbe económico o político parece alarmantemente cerca, ¿cómo pueden novelistas y poetas seguir habitando un mundo imaginario? La escritura es un trabajo solitario, pero a veces irrumpen los sonidos de la calle.


Cincuenta escritores de diferentes países se reunieron hace poco en el Congreso Mundial de Escritores de Edimburgo y trataron de definir su papel a la luz de los acontecimientos políticos y sociales. Para la escritora egipcia Ahdaf Soueif, cuyo "Mapa del amor" fue finalista del Man Booker Prize en 1999, la primavera árabe es un momento decisivo y exige que el escritor abandone la tranquilidad de su estudio y sienta las pulsaciones del mundo exterior.

Pregunta: "¿Quieren participar en esto o prefieren huir? ¿Quieren vivir en una burbuja o formar parte del gran relato del mundo?" Soueif dijo que en estos tiempos la tarea del escritor es "contar las historias como son, contribuir a que tengan fuerza como realidad, no como ficción".
La autora paquistaní Kamila Shamsie señaló la presencia en su ficción de la pregunta: "¿Qué le pasó a mi país?" Mientras hablaba, miré a mi alrededor y advertí que varios de los presentes asentían, entre ellos los de Turquía, Argentina, Nigeria o China, lugares donde históricamente la política ha tenido una voz más fuerte que el arte, donde la censura ha formado parte de la vida cotidiana y donde se ha considerado que las palabras eran explosivas, cuando no peligrosas.

Novelas como "Cairo Modern", de Nagib Mahfouz; "Todo se desmorona", de Chinua Achebe; "La casa de los espíritus", de Isabel Allende; o "Nieve", de mi compatriota Orhan Pamuk, no sólo revelan verdades políticas ocultas, sino que nos recuerdan la posibilidad ­por más tenue que pueda ser­ de que en la vida haya magia y exista un futuro mejor.

Jana Teller, una escritora dinamarquesa, habló sobre un universo alternativo donde los escritores operan fuera de la esfera política. Para los escritores dinamarqueses, dijo, la peor catástrofe a abordar era "el problema de los padres divorciados".

Los escritores de regiones menos democráticas y con más problemas parecen verse arrastrados a la política. Eso también significa que tenemos menos libertad para experimentar con el estilo o el tema. Cuando más turbulento es el medio de un escritor, más "real" se estima que será su ficción.

Nuestra reunión en Edimburgo marcó el aniversario de un famoso congreso de hace medio siglo, cuando cincuenta escritores se encontraron para debatir novelas y su relación con los asuntos del mundo. Entre ellos se encontraban figuras legendarias como Rebecca West, Muriel Spark y William Burroughs. Se trató de una reunión signada por la vehemencia: se destruyeron varias viejas amistadas, algunos casi llegaron a las manos, y uno de los organizadores golpeó a otro en la cabeza con una botella de vino. Un integrante del público de la reunión reciente que también había estado presente en la de 1962 señaló que en aquel entonces la ideología ­en tanto "¿la literatura debe impulsar la ideología marxista leninista?" dominaba el debate­ y la política eran motivo de reflexión.

En la actualidad, el mundo abunda en ideologías, tales como el islam político, el conservadurismo, el liberalismo y el nacionalismo, pero el mundo ha perdido su interés intelectual. Nadie quiere que se lo considere ideológico, ni quienes lo son.
El día que terminó el congreso, explotó una bomba en el sudeste de Turquía y dejó un saldo de 9 muertos y 68 heridos, todos civiles y entre ellos mujeres y niños.
Me senté ante la computadora.

Una parte de mí quería escribir una columna sobre la violencia política y el enfrentamiento entre los ultranacionalismos kurdo y turco. La otra parte quería volver a la novela en la que estaba trabajando, que transcurre en otro siglo y se basa en el viaje imaginario de un elefante y su cuidador desde la India mongola hasta el imperio otomano.
Los escritores turcos toman la política como los británicos toman el tiempo. Es algo que nos rodea, nos atrapa y nos deprime.

No podemos evitar hablar de y preocuparnos por ese tema. La mayor parte de nosotros no puede rehuirla.

Tal vez eso sea lo que significa ser un escritor de una parte del mundo donde la democracia no está del todo madura y las erupciones de la vida cotidiana no se producen muy lejos de nuestras ventanas. Vacilamos entre la sospecha de que el arte y la literatura son algo vano cuando las libertades civiles se encuentran amenazadas o la vida corre peligro, y una obstinada convicción de que, cualquiera sea la situación, necesitamos relatos para sobrevivir como seres humanos.

Debemos recordarnos que la verdad de la ficción es más profunda que la mano de la política.


Tomado de la Revista Ñ  -  18 de septiembre de 2012


Publicación N° 28

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