Cincuenta
escritores de diferentes países se reunieron hace poco en el Congreso Mundial
de Escritores de Edimburgo y trataron de definir su papel a la luz de los
acontecimientos políticos y sociales.
Por Elif Shafak
El
mundo es un lugar volátil en estos tiempos, tanto en Oriente como en Occidente.
Muchos europeos han perdido la fe en la Unión Europea y hablan de abandonar todo
el experimento, los gobernantes del mundo siguen divididos respecto de cómo
abordar el derramamiento de sangre en Siria, mientras que en un segundo plano
acecha la posibilidad de una confrontación con Irán.
En
momentos de drástica transformación y persistente ambigüedad, ¿qué pasa con los
relatos que creamos? Cuando muere gente en las calles, se desintegran regímenes
o la posibilidad de un derrumbe económico o político parece alarmantemente
cerca, ¿cómo pueden novelistas y poetas seguir habitando un mundo imaginario?
La escritura es un trabajo solitario, pero a veces irrumpen los sonidos de la
calle.
Cincuenta escritores de diferentes países se reunieron hace poco en el Congreso Mundial de Escritores de Edimburgo y trataron de definir su papel a la luz de los acontecimientos políticos y sociales. Para la escritora egipcia Ahdaf Soueif, cuyo "Mapa del amor" fue finalista del Man Booker Prize en 1999, la primavera árabe es un momento decisivo y exige que el escritor abandone la tranquilidad de su estudio y sienta las pulsaciones del mundo exterior.
Pregunta:
"¿Quieren participar en esto o prefieren huir? ¿Quieren vivir en una
burbuja o formar parte del gran relato del mundo?" Soueif dijo que en
estos tiempos la tarea del escritor es "contar las historias como son,
contribuir a que tengan fuerza como realidad, no como ficción".
La
autora paquistaní Kamila Shamsie señaló la presencia en su ficción de la
pregunta: "¿Qué le pasó a mi país?" Mientras hablaba, miré a mi
alrededor y advertí que varios de los presentes asentían, entre ellos los de
Turquía, Argentina, Nigeria o China, lugares donde históricamente la política
ha tenido una voz más fuerte que el arte, donde la censura ha formado parte de
la vida cotidiana y donde se ha considerado que las palabras eran explosivas,
cuando no peligrosas.
Novelas
como "Cairo Modern", de Nagib Mahfouz; "Todo se desmorona",
de Chinua Achebe; "La casa de los espíritus", de Isabel Allende; o
"Nieve", de mi compatriota Orhan Pamuk, no sólo revelan verdades
políticas ocultas, sino que nos recuerdan la posibilidad por más tenue que
pueda ser de que en la vida haya magia y exista un futuro mejor.
Jana
Teller, una escritora dinamarquesa, habló sobre un universo alternativo donde
los escritores operan fuera de la esfera política. Para los escritores
dinamarqueses, dijo, la peor catástrofe a abordar era "el problema de los
padres divorciados".
Los
escritores de regiones menos democráticas y con más problemas parecen verse
arrastrados a la política. Eso también significa que tenemos menos libertad
para experimentar con el estilo o el tema. Cuando más turbulento es el medio de
un escritor, más "real" se estima que será su ficción.
Nuestra
reunión en Edimburgo marcó el aniversario de un famoso congreso de hace medio
siglo, cuando cincuenta escritores se encontraron para debatir novelas y su
relación con los asuntos del mundo. Entre ellos se encontraban figuras
legendarias como Rebecca West, Muriel Spark y William Burroughs. Se trató de
una reunión signada por la vehemencia: se destruyeron varias viejas amistadas,
algunos casi llegaron a las manos, y uno de los organizadores golpeó a otro en
la cabeza con una botella de vino. Un integrante del público de la reunión
reciente que también había estado presente en la de 1962 señaló que en aquel
entonces la ideología en tanto "¿la literatura debe impulsar la ideología
marxista leninista?" dominaba el debate y la política eran motivo de
reflexión.
En
la actualidad, el mundo abunda en ideologías, tales como el islam político, el
conservadurismo, el liberalismo y el nacionalismo, pero el mundo ha perdido su
interés intelectual. Nadie quiere que se lo considere ideológico, ni quienes lo
son.
El
día que terminó el congreso, explotó una bomba en el sudeste de Turquía y dejó
un saldo de 9 muertos y 68 heridos, todos civiles y entre ellos mujeres y
niños.
Me
senté ante la computadora.
Una
parte de mí quería escribir una columna sobre la violencia política y el
enfrentamiento entre los ultranacionalismos kurdo y turco. La otra parte quería
volver a la novela en la que estaba trabajando, que transcurre en otro siglo y
se basa en el viaje imaginario de un elefante y su cuidador desde la India
mongola hasta el imperio otomano.
Los
escritores turcos toman la política como los británicos toman el tiempo. Es
algo que nos rodea, nos atrapa y nos deprime.
No
podemos evitar hablar de y preocuparnos por ese tema. La mayor parte de
nosotros no puede rehuirla.
Tal
vez eso sea lo que significa ser un escritor de una parte del mundo donde la
democracia no está del todo madura y las erupciones de la vida cotidiana no se
producen muy lejos de nuestras ventanas. Vacilamos entre la sospecha de que el
arte y la literatura son algo vano cuando las libertades civiles se encuentran
amenazadas o la vida corre peligro, y una obstinada convicción de que,
cualquiera sea la situación, necesitamos relatos para sobrevivir como seres
humanos.
Debemos
recordarnos que la verdad de la ficción es más profunda que la mano de la
política.
Tomado de la Revista Ñ - 18 de septiembre de 2012
Publicación
N° 28
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