Doce
preguntas a J.M. Coetzee
Por: Luis Fernando Afanador
El Premio Nobel de Literatura otorgado a John
Maxwell Coetzee en 2003 no fue polémico. El reconocimiento a su obra era
unánime y sigue siéndolo: cada nuevo libro suyo despierta interés y anima el
debate intelectual. El escritor sudafricano actualmente vive en Adelaida
–adoptó la nacionalidad australiana en 2006– ya retirado de la enseñanza:
durante muchos años fue profesor de Pensamiento Social en la Universidad de
Illinois.
También dio clases de Lengua y Literatura Inglesas
en la Universidad Estatal de Nueva York, en Búfalo, y en Ciudad del Cabo,
donde nació en 1940. Coetzee proviene de un núcleo afrikáner –holandeses
afincados en Sudáfrica– aunque fue educado en la comunidad inglesa a la que nunca
se integró del todo. Las relaciones con su país natal no han sido las mejores.
Siempre se sintió un exiliado. Desaprobaba el apartheid y al Partido
Nacionalista, pero tampoco se identificaba con los negros, su sed de venganza y
consignas como “los vamos a tirar al mar”.
En Infancia: escenas de la vida en
provincia, su autobiografía en tercera persona, lo único que recuerda con
agrado de su país es la granja familiar. Tan pronto como pudo se fue al
extranjero: a Londres; a Austin, Texas, en un primer exilio de diez años.
En Juventud, el segundo tomo de sus memorias, escribió lo
siguiente: “Le desconcierta advertir que aún escribe de Sudáfrica. Le gustaría
dejar atrás su identidad sudafricana del mismo modo en que dejó atrás a la
propia Sudáfrica. Sudáfrica fue un mal comienzo, una desventaja”.
Sin embargo, por más que intente escapar, su país
lo persigue y es el tema obsesivo de gran parte de su obra. Tal vez por eso el
racismo, el odio, la venganza, la miseria, la injusticia y la violencia atroz
–los temas propios de la sociedad del apartheid y el postapartheid– los ha
abordado de una manera indirecta, muy distinta a la forma en que lo hace su
compatriota, la escritora Nadine Gordimer.
Luis Fernando Afanador: No puedo, entonces, dejar
de hacerle la siguiente pregunta. ¿Quién lee Desgracia queda
con la impresión de que Sudáfrica no es una sociedad viable? Sin embargo, esta
novela es de 1999. ¿Sigue pensando lo mismo en 2013?
John Maxwell Coetzee: No estoy muy seguro de qué quiere
decir ‘una sociedad viable’. Sudáfrica es un país considerablemente
desarrollado y potencialmente rico con una población de más de 40 millones de
habitantes. No veo por qué sus ciudadanos no puedan tener un futuro próspero, a
pesar de las diferencias del pasado.
L. F. A.: Pero lo cierto es que no quiso más hacer
parte de ese “futuro próspero”. Le pregunto de qué manera ha enriquecido su
obra el hecho de convertirse en un ciudadano australiano y vivir en ese país:
J. M. C.: He
vivido en Australia durante los últimos 11 años, e inevitablemente mi
orientación mental ha girado de África hacia Australia. Así por ejemplo, los
tres personajes principales de tres de mis recientes novelas –‘Elizabeth
Costello’, ‘El hombre lento’, y ‘Diario de un mal año’– son todos australianos.
L. F. A.: La novela actual ha dejado de lado la
reflexión, que parece de mal gusto o asunto del pasado. Ahora parece más
preocupada por contar historias que por hacer preguntas. Quien lee a Coetzee se
sorprende de ver cómo conviven, sin problemas, las ideas con las historias. Sus
novelas son también ensayos que fluyen igual a una narración. Le pregunto si es
difícil mantener ese equilibrio.
J. M. C.: Este
comentario se aplica menos a mi trabajo más temprano que al más reciente, el
cual ha estado caracterizado por la mezcla de géneros que usted menciona. Por
ejemplo, ‘Elizabeth Costello’ tiene el subtítulo ‘Ocho lecciones’, y a primera
vista no es claro si se deben leer como historias o como ensayos. Uso la palabra
‘lección’ en el mismo sentido que Bertolt Brecht usa la palabra ‘Lehrstück’,
esto es, una acción dramatizada con un propósito didáctico implícito.
L. F. A.: ¿No cree en la división de los
géneros?
J. M. C.: La
respuesta corta es no. No creo que la división de los géneros sea don de
Dios.
L. F. A.: ¿Y en la experimentación? Diario
de un mal año es una novela de ‘tres pisos’ que cuenta simultáneamente
tres historias.
J. M. C.: Yo
siempre he experimentado con la forma y espero continuar haciéndolo. Si la
forma de la novela no es permanentemente interrogada y renovada, esta se
anquilosa y muere.
L. F. A.: Y, para continuar hablando de las
convivencias poco comunes, siempre me ha llamado la atención que sus dos
autores favoritos sean Tolstoi y Dostoievski, dos autores disímiles,
irreconciliables. "¿Tolstoi o Dostoievski?", dijo George Steiner.
¿Cómo ha hecho usted para reconciliarlos?
J. M. C.: No
he reconciliado a estos dos genios sobresalientes ni lo he intentado hacer.
Ciertamente he recibido la influencia de ambos en varios momentos de mi
carrera. Mi novela ‘El maestro de Petesburgo’ es sobre Dostoievski.
L. F. A.: Coetzee es un
solitario de vida austera que se somete a una rígida autodisciplina. No bebe,
no fuma y es vegetariano. Proyecta la imagen de un severo académico más que de
un artista. Pero eso es lo que ha sido durante muchos años, un juicioso
profesor que escribe novelas con trascendencia más allá del mundo académico.
¿Qué tanto le debe el novelista Coetzee al profesor Coetzee?
J. M. C.: Fui
profesor de literatura por más de 30 años, desde 1968 hasta mi retiro de la
vida académica en 2004. No hay duda que el contacto diario con la gran
literatura del pasado ha dejado una marca en mi ficción.
L. F. A.: ¿Y en su vida?
Se sabe poco de su vida –es separado, tiene una hija– porque poco le interesa
hablar de ella. A no ser como tema literario. En el tercer tomo de sus
memorias, Verano, cuatro mujeres y un hombre que lo conocieron –él
supuestamente ha fallecido– hacen su semblanza ante un filólogo que está
escribiendo su biografía. No queda muy bien librado el señor Coetzee en esos
testimonios. Dice Adriana Nascimento, una de las mujeres que lo conoció:
“Porque de semejante hombre no podía salir nada bueno. El amor: ¿cómo puede ser
un gran escritor cuando no sabe nada del amor”. Por supuesto que se trata de
una frase irónica para decir que todos somos creadores de ficciones, sobre
todo cuando contamos la historia de nuestra vida. No obstante, ¿por qué se
trata con tanta dureza? ¿Acaso le quiso cerrar el camino a sus futuros
biógrafos?
J. M. C.: Dado
que no aparezco en persona en Verano, no puedo ser –estrictamente
hablando– duro respecto a mí mismo en el libro. Los comentarios fuertes acerca
del personaje llamado John Coetzee provienen de varios personajes ficticios en
el libro. En relación con futuros biógrafos, una biografía extensa de John
Kannemeyer, un sudafricano, se publicó hace unos pocos meses con el título ‘J.
M. Coetzee: A Life in Writing’.
En febrero de 2006 Coetzee publicó en The
New York Review of Boooks una reseña sobre Memoria de mis
putas tristes, de Gabriel García Márquez, titulada La bella
durmiente. Allí, el escritor sudafricano abordaba el tema de la paidofilia
–el deseo de un hombre mayor por niñas menores de edad– presente en la
mencionada novela del escritor colombiano y en otra anterior, El amor
en los tiempos del cólera. Coetzee celebraba la valentía de García Márquez
al defender la paidofilia –aunque no la comparta– y mostrar que esta no tiene
que ser “un callejón sin salida para el amante y la amada”. A juicio de
Coetzee, el gran logro del escritor colombiano en Memoria de mis putas
tristes consistió en haber demolido el muro que se levantaba entre la
pasión erótica y la pasión de la veneración o culto de la virgen, sincretismo
de gran arraigo en los países de tradición cristiana y en especial en el sur de
Europa y en América Latina.
L. F. A.: Lo cierto es
que el tema de la atracción de un hombre mayor por una mujer joven también
aparece en varias novelas de Coetzee. ¿Ese es uno de sus demonios de escritor u
otra provocación contra la corrección política?
J. M. C.: Siempre
celebro cuando un escritor tiene el coraje para escribir en contra de la
ortodoxia política o moral. No tengo familiaridad con el concepto de
‘demonios’. No pienso en mí como alguien impulsado por demonios.
L. F. A.: En su visita a
Bogotá Coetzee leerá un texto sobre la censura. No sobra recordar que ese es un
tema de su interés. Varios de sus libros fueron prohibidos durante el apartheid
y, además, publicó una célebre colección de artículos –Contra la censura–
donde se ocupa, entre otros, de casos de censura en el arte, en los medios de
comunicación y en la vida sexual. “Bajo la censura no florece la literatura”,
dice en uno de ellos. Al clausurar el seminario sobre su obra, leerá otro texto
literario, inédito. Le pedimos un adelanto.
J. M. C.: El
texto es una historia titulada La vieja señora y los gatos. La
vieja señora es Elizabeth Costello.
Para quienes no la conocen esta “vieja señora” es
un álter ego –y a veces mala conciencia– de Coetzee, que ya ha sido un
personaje de dos obras anteriores. Tiene 66 años y es autora de varias novelas,
libros de poesía, ensayos y artículos periodísticos. Sin embargo, la obra que
la lanzó a la fama y generó “una pequeña industria crítica” alrededor de ella
fue su cuarta novela, La casa de Eccles Street, cuyo personaje es
Marion Bloom, la esposa de Leopold Bloom en Ulises, de James Joyce. Terca,
obsesiva, indomable, esta señora casi septuagenaria –a la manera de un Quijote
que lucha con molinos de viento– defiende sus ideas ante auditorios adversos.
Bueno saber que la señora Costello seguirá dando lora.
L. F. A.: Coetzee no
parece un escritor muy viajero. ¿Qué lo motivo a venir a Colombia?
J. M. C.: De
hecho viajo muchísimo. El año pasado tuve el placer de conocer por primera vez
al profesor Isaías Peña Gutiérrez, que estaba de visita en Australia y quien
amablemente me invitó a Bogotá para participar en una conferencia académica
dedicada a mi obra. Estoy contento de haber aceptado su invitación.
L. F. A.: Finalmente,
quiero satisfacer una curiosidad. En Diario de un mal año hay
un escritor mundialmente reconocido que nació en Sudáfrica, se llama John, vive
en Australia y escribió un libro titulado Esperando a los bárbaros.
Sin embargo, su vecina, la señora Sanders, cree de verdad que él es un escritor
colombiano. ¿Para quién es ese guiño?
J. M. C.: Me
temo que no me acuerdo por qué la vecina cree (equivocadamente) que el señor C
es de Colombia. Lo que sí recuerdo es que hay un certificado o diploma colgando
en la pared de sus estudios de un idioma que ella no puede leer, tal vez
español, tal vez latín.
No ha sido muy prolífico en sus respuestas el
maestro Coetzee. No esperaba nada distinto. Así es él. Así es su prosa:
cortante y precisa. De un lirismo lacónico en el que solo importa lo esencial.
Tomado de Revista Semana, 23 de marzo
de 2013
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